lunes, 4 de agosto de 2008

Quienes estamos en permanente comunicación con la lectura –por el trabajo docente, por exigencias profesionales o por el solo placer que nos proporciona el libro-, sentimos el pesar que gran parte de los habitantes de nuestro Chile carecen del hábito lector.Hay una resistencia masiva a tomar un libro y entregarse a la maravillosa aventura de leer; existe una solidaria actitud de negligencia que hace imposible el menor esfuerzo de sumergirse en el misterio de la página impresa; la pereza mental de dialogar con el autor, de vivir una realidad que no es la nuestra.Las consecuencias de la falta de lectura no solamente la miden las estadísticas que denuncian el analfabetismo creciente sino en el lenguaje lacónico, pobre y repetitivo; en el predominio de ciertas palabras que lo dicen todo y no dicen nada; en la ardua y penosa tarea de hilvanar una frase completa con sentido y profundidad; en la servidumbre de aceptar lo que dicen otros ante la incapacidad de refutar con ideas y principios y el infinito goce de vivir la mediocridad.A pesar de todo, nos anima la ilusión que cada día se nos ofrece la oportunidad de revertir esta situación cuando visitamos la sala de clase de abandonados colegios rurales, en diversas regiones del país, sin más apoyo que la palabra hablada, con un libro entre las manos y el fervor que nos impulsa a seguir batallandoEn cada uno de estos encuentros, siempre hay una página en blanco para que los participantes de estas actividades escriban lo que les dicta el corazón. Cual un espejo, estas páginas reflejan sentimientos, alegrías, dolores, recuerdos y cada uno sale ennoblecido, depurado.Hemos logrado reunir a alumnos, en sesiones semanales, para culminar, después de un mes de trabajo, con la presencia de padres y apoderados, con sendos libros hechos por ellos mismos…” Leeré de mi libro “La gaviota errante”, el poema ¿Cuál es tu destino?”, de un pequeño de diez años.
No debemos desmayar…

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